Como su nombre lo indica, cualquier persona durante su vida está expuesta a sufrir de forma adquirida una lesión cerebral. Caracterizada por su aparición brusca y por un conjunto de secuelas que se presentan en el cerebro, muchas veces el tratamiento y la recuperación de las personas que la padecen deben ser abordados desde distintas especialidades. Dependiendo de la gravedad del daño: accidente cerebrovascular, caídas, traumatismos, etc., se determina un plan de trabajo para cada persona.

La fisiatría o medicina física y rehabilitación, es una especialidad médica que ayuda a los pacientes con lesión cerebral adquirida a mejorar su calidad de vida cuando se encuentra con algún tipo de déficit, ya sea transitorio o permanente, que genere limitaciones en sus actividades de la vida diaria, en su participación en la sociedad y en sus diversos roles.

La fisiatra de Clínica Dávila, Loreto Rozas, explica que “un paciente que sufre una lesión cerebral adquirida, como, por ejemplo, un accidente cerebrovascular y/o un traumatismo encefalocraneano, puede evolucionar con innumerables déficits dependiendo del área del cerebro afectada. Es preciso considerar que el cerebro funciona como coordinador, planificador y ejecutor de múltiples funciones, ya que cada área tiene tareas específicas y, a su vez, se conecta con otras áreas para generar respuestas más específicas. Estos déficits, que se definen como ausencia o alteración de una función, los podemos dividir de forma general en déficits primarios, como, por ejemplo, déficits cognitivos, de comunicación, del habla, de la deglución, motores, del tono muscular, sensitivos, esfinterianos y hasta dolor. Y existen a su vez déficits secundarios que se ocasionan por los primeros, un ejemplo de ellos es el síndrome de inmovilización”.

En relación a las secuelas causadas por una lesión cerebral adquirida, la especialista aclara que “se define como aquel déficit que se mantiene en el tiempo y, por lo tanto, el paciente deberá vivir con él, y en este sentido la rehabilitación está destinada a educar al paciente a cómo sobrellevar esta condición, formas de compensarla y cómo desarrollar otras habilidades para poder ser lo más autovalente posible”.

Asimismo, especifica que “las secuelas más comunes son debilidad o falta de fuerza en las extremidades, habitualmente son en un hemicuerpo (una sola extremidad), aumento del tono que dificulta los movimientos voluntarios y selectivos, falta de control de tronco, dificultad o imposibilidad de caminar de forma independiente, problemas para deglutir o tragar líquidos y/o alimentos, alteraciones cognitivas desde somnolencia, desorientación, fallas de memoria, hasta dificultad para comprender y seguir instrucciones. Además, existe un síntoma muy importante que se debe buscar y sospechar, que es el trastorno del ánimo”.

La especialista señala que los pacientes deben ser evaluados por un médico fisiatra para que considere la historia clínica, antecedentes sociales y realice un examen físico completo, además de identificar los diversos déficits y establecer objetivos de tratamiento según la etapa de evolución y severidad de la patología.

Para cumplir los objetivos, el fisiatra cuenta con un equipo multidisciplinario de profesionales entre ellos: kinesiólogos, terapeutas ocupaciones, fonoaudiólogos, psicólogos y asistente social que trabajarán con el paciente según sus necesidades particulares.

Además, el médico fisiatra cuenta con la formación y experiencia para el manejo de la espasticidad y dolor mediante tratamiento farmacológico y/o procedimientos, y en la prescripción de órtesis y ayudas técnicas.

Por su parte, el equipo de rehabilitación realiza de forma mancomunada un trabajo con objetivos funcionales para que el paciente alcance su máxima capacidad de independencia, siendo necesario para ello la educación al paciente y su familia sobre métodos de trabajo, planteamiento de objetivos específicos y estimar plazos en que los objetivos se puedan cumplir.

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