Según cifras del Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (SENDA), uno de cada tres estudiantes entre octavo básico y cuarto medio manifiestan haber consumido marihuana durante el último año.
Esto ubica a Chile como el primer país en el consumo de esta sustancia en América. También 1 de 3 declara haber bebido alcohol en el último mes.
Con el objetivo de analizar cómo el consumo de estas sustancias afecta la salud y desarrollo de los adolescentes, se organizó un nuevo Dávila en Vivo.
La conversación en directo vía Facebook, contó con la participación de la doctora Catalina Poblete, médico psiquiatra de niños y adolescentes y Alejandro Nachari, psicólogo, ambos especialistas de Clínica Dávila.
Riesgos del consumo en adolescentes
Desde el inicio, los profesionales enfatizaron que cualquier consumo de sustancias antes de los 18 años representa un riesgo.
“Lo que ahora se sabe, a nivel de neurociencia, es que cuando hay consumo antes de los 20 años, se produce un cambio en la estructura neuronal. Por eso, el mensaje potente es ´retrasen el consumo´; no se debe consumir antes de los 18 años e, idealmente, no antes de los 21. Cuidando que este desarrollo neuronal sea pleno y no tenga una merma o disminución”, puntualizaron.
Asimismo, indicaron que, en el desarrollo neuronal, específicamente durante la adolescencia, se debe custodiar principalmente la zona prefrontal, que es la encargada de “la pausa”.
“Hablando neurobiológicamente, es la zona que permite la función ejecutiva, que es la capacidad de observar, de procesar y de devolver. Es decir, la que lleva a la pausa, para que una persona, antes de actuar, evalúe y decida libremente”, expusieron.
Esa zona recién se termina de desarrollar a los 21 años, e incluso a los 26, según algunos estudios.
Esta es la razón, aseguraron, por la cual el adolescente muchas veces no es capaz de tomar decisiones meditadas y actúa más impulsivamente o arrastrado por sus pares.
En los menores de 21 años todas las drogas producen daño y alguno de sus efectos pueden llegar a ser irreversibles.
Entre las consecuencias del consumo habitual de marihuana, por ejemplo, se cuentan la merma de las capacidades cognitivas, principalmente en las funciones ejecutivas, lo que se traduce en menor concentración, menor capacidad de memoria de corto y largo plazo y una disminución en general de las capacidades para aprender.
“Lo que se ha visto es que el consumo de marihuana en escolares, entre otros, es mayor número de abandono escolar producto de la dificultad que tienen para rendir”, dijeron.
¿Cómo abordarlos?
En ese sentido, apelaron a practicar la parentalidad positiva o responsable, que significa concretamente saber dónde y con quién está el hijo o hija después del colegio, qué hace, qué le interesa y generar espacios donde el adulto observe y esté atento.
“Lo que se ha demostrado en los estudios cualitativos a nivel internacional es que cuando el adolescente siente que los adultos lo están cuidando, lo están mirando, él se siente en primera persona llamado a cuidarse también.
Por eso, el primer movimiento no es decirle al adolescente que no consuma. El primer movimiento es decirle ´yo te voy a cuidar y acompañar´”, aclararon.
Agregaron que es importante no encerrarse frente a ciertas situaciones y no esperar que alcance ribetes importantes o de riesgo para consultar o pedir ayuda.
“En la salud mental se habla de crear comunidad, formar una red de apoyo. Es básico para esta temática y frente a cualquier conducta de riesgo adolescente, porque necesito de más ojos que miren. No basta con mis propios ojos, todos los adultos cuidamos”.
Acuerdos con el entorno
Por eso, recomendaron preocuparse de conocer bien a sus hijos, sus amigos y a los papás de sus amigos para ir haciendo acuerdos comunes de los permisos que van a dar para que sean percibidos por los hijos como un bloque de padres, que tienen los mismos rangos de criterios, con un mensaje en común, único, que es para protegerlos.
Asimismo, manifestaron que es una tarea de largo aliento, que se debe aplicar en los distintos espacios donde se desenvuelven e interactúan adultos y adolescentes.
“Eso implica lograr que en esos espacios los adultos tengan un solo discurso respecto al consumo, para cuando el adolescente salga al mundo. Si yo le digo que ´no´ al consumo, tengo que generar muchos ´sí´ para que ese consumo sea real”, puntualizaron.
Así, el mensaje final para los hijos sería “me quieren, le importo a alguien”, lo que es protector.
“Tenemos que estar más presentes, que ellos sepan que pueden contar con nosotros”. afirmaron.
También indicaron que se debe mantener una conversación asertiva, cercana, de confianza, más que impositiva.
“Es importante ver juntos los distintos riesgos, que no sea una conversación de solo una vez ni de reprimir con castigos, sino de mostrarle, que se dé cuenta, que tome conciencia de cómo va a afectar el consumo tanto en esta etapa de su vida como en rendir en su máximo potencial a futuro, cómo va a ir mermando las posibilidades de lo que quiere lograr en la vida”, expusieron.
“Es fundamental preocuparnos de cómo generamos eso, para que ellos vean en primera persona que el cuidarse finalmente los hace más libres y más felices”, concluyeron.
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